Cuando somos peque–os, la mirada de nuestros padres ilumina todo nuestro mundo. En ese estado de inocencia, ellos lo son todo, y a su lado sentimos seguridad, protecci—n y fuerza.
DespuŽs, cuando crecemos, nos vamos alejando de ese amor incondicional que sent’amos por ellos. Nos llenamos de resentimientos y reproches, bien porque los rechazamos y juzgamos, bien porque arrastramos sus cargas.La vuelta consciente a ese amor incondicional hacia los padres y a todo nuestro sistema familiar es lo que nos sana. Un amor basado en la aceptaci—n de todo lo que es y de todo lo que sucedi—, que nos permite seguir nuestro destino sin lastres.