ÇÉlos inventores de f‡bulas que todo lo creemos nos sentimos con el derecho de creer que todav’a no es demasiado tarde para emprender la creaci—n de la utop’a contraria. Una nueva y arrasadora utop’a de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien a–os de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la TierraÈ.